martes, 6 de febrero de 2018

Están ahí: cara con cara

VALERIA PARISO
(Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1970)




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No di, sino que dejé todo lo que pude. Hay una diferencia enorme entre dar y dejar. Yo llegué sin nada. Entonces dejé lo único que podía dejar: cierto orden. Dejé y fui poniendo todo en su lugar, o donde creí que era su lugar: la magia en el fuego, el llanto sobre la nieve.

Tomado de su fb.
***
Especial para El Desaguadero Revista

Tal vez porque cuando aparece algo que podría disparar mi escritura, tomo especial cuidado en no escribir (sino que espero a que eso se asiente, se transforme) es que me cuesta hacer este ejercicio de recuperar la historia que está detrás de un poema.

La historia previa al poema ha sido deliberadamente disuelta o disgregada, hasta convertirse en material de trabajo, de modo que lo que me queda no es una historia sino una herramienta.

Unos versos de Margaret Atwood explican lo que quiero decir. Ella dice: «No preguntes por la historia real: / ¿para qué la necesitas?» (Historias reales*, Margaret Atwood, Traducción María Pilar Somacarrera Íñigo, Editorial Bruguera, España, 2010.).

Así trabajo.

Al momento de escribir no me importa si la historia que recuerdo fue real o no, lo que me importa es la evocación y lo que construyo a partir de aquello que operó como disparador de la escritura.
Ahora bien, hecha esta salvedad, voy a contar lo que vi y oí, tiempo antes de escribir uno de los poemas de Triza (Editorial de Todoslosmares, recientemente editado).  Elijo este porque acá está bien marcada la incidencia de la anécdota como parte del poema.

Una tarde iba caminando por una de las veredas de la plaza San Miguel. Era otoño. Cinco de la tarde. No me acuerdo cómo estaban los plátanos.

Enfrente de la plaza está la municipalidad y al lado de la municipalidad hay un bar y, como muchos bares, este saca las mesas y las sillas a la vereda. Había hombres conversando, sentados afuera.

La Municipalidad tenía las puertas abiertas pero no se veía a nadie.

Yo no me crucé. Seguí por la vereda de la plaza.

Sobre uno de los bancos de la plaza veo sentado a un perro abrazado a un hombre. El perro era negro, grande. El hombre tenía puesto un traje que alguna vez fue negro, roto, como de cien años, y no tenía zapatos.

Pasé delante de ellos y ninguno de los dos se movió. Hasta creo que me paré a mirarlos. Enfrente, en el bar, los hombres hablaban fuerte. 

Me acuerdo haber sentido que la calle Sarmiento, que separa la plaza del bar, separaba también el sonido. Todo el silencio de un lado, todo el ruido del otro.

El silencio de este lado, del lado por el que yo iba caminando, que era el mismo lado del perro y del hombre vestido de negro y sin zapatos, se me volvió enorme, perturbador. 

Tiempo después, escribí el poema.

15

Un perro de la calle abraza a un hombre.
Lo veo: el hombre sentado en la plaza
sube a su cuello las dos patas delanteras del perro.
El perro no le tiene miedo. Están ahí: cara con cara.
Los dos abandonados se abrazan.
En silencio se abrazan.
Hay dolor de huesos, de hembras.
En el amor a los dos los mordió el hambre.
No hay nada más animal que la belleza.
**
Incluyo el poema íntegro de Margeret Atwood:

La historia real es una mentira
dada entre las otras

un caos de colores, un revoltijo de ropa
arrojada a la basura,

como corazones de mármol, como sílabas, como
despojos de los carniceros.

La historia real es perversa
y múltiple, y es falsa

siempre. ¿Para qué
la necesitas? Nunca

preguntes por la historia real.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char