lunes, 20 de noviembre de 2017

Insignificancias, rastros de un grito viejo

ELENA ANNÍBALI

(Oncativo, Córdoba, Argentina, 1978)

Se deshace, en agua, la niebla

¿así, mi palabra?
¿así la boca desdentada
la antigua boca oscura
hacia donde toda lumbre de mí
apunta?

lumbre, ramita prendida,
palito de estrella
para el río hormigueante
de la noche?

¿te alcanzó el cuerpo, el grito,
los faros del auto,
el conocimiento de la sangre y los caminos
para entrar a la cueva y decir
Aquí el hombre
Aquí la mano del hombre
Aquí el desespero de ver?

¿entraste?

chiquito, agachado, siendo
de a ratos
mono ángel lagarto

pero
entraste?

te esperaban tus muertos
tu Eurídice
los carteles equívocos
el seco parloteo de tus sueños?

tus sueños
con su encendida serpiente
con las ruinas del dios de tus ideas
el pasto quemado, la leche
del tiempo derramado
en el azul del azul?

pero
entraste?

como si nada, empuñando
por toda llave la niebla
la ceguera, corrompido porque
el habla precede al habla en la mentira
el engaño?

qué ha sido la poesía sino
una larga pregunta, desgarro?

nacemos a ella como la húmeda cría para las hambres
del tigre

insignificancias, rastros de un grito viejo,
eco de las luces que emanan
los pantanos

¿y qué viste allí, más
que el contorno del cuerpo
viniendo de la noche
a la noche?

cuerpo solito, imperfección
de la imagen
gólem

no se puede abrir una puerta

no se puede abrir una ventana
sin pagar el precio
**
[ …AHÍ LES DEJO ESO… ]

Ahí les dejo eso, porque hay que soltar, dicen
el oscuro trapo de la dicha
ir hacia dónde, mirar, perder,
ser perdido, olvidado,
traicionado, a veces

también
morder la pena
esta casa, verás, estuvo llena de fe
la llenaron de ruido las palomas
sentó sus manos la virgencita celeste
a veces
me dijo cosas o yo
le dije, pidiéndole, no sé
naderías
me fue dado, a veces, sí, también,
el mendrugo del alma, y todo
pareció estar bien
sonreír
ser fresco
pero después, ah, el después
no viene con constancia la dicha
es un pez pequeñísimo de mil ojos, la dicha,
y nada el mar
lo nada, y sabe, y mira mira mira
tu sola mano ansiosa y pobrecita
buscándolo y buscándolo
en la azul eternidad del tiempo
verás al pececito una vez, dos veces,
su iridiscente reflejo, su ser pez entre
los peces, lo verás ir
aquí para allá, comer
las mariposas, llenarse los mil ojos
de sol, romper
el duro y salado oleaje
muy a veces, en sueños, su rosada carne
su pacífica carne
aleteará cerca de tu corazón
pero luego llegará la fiebre
la podredumbre de la fiebre
y el después del después
y tendrás la sed, la sed que no sacia el agüita salada
del mar interminable
tendrás la gran sed
la fiebre

(De Curva de remanso, caballo negro editora, 2017)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char