sábado, 14 de octubre de 2017

Los ojos aun mojados de barro celeste

ELSA MORANTE

(Roma, Italia, 1912-id., 1985)

"El amor por mi madre era algo sagrado y denigrante al mismo tiempo, semejante al sentimiento de un salvaje ante una aparición mágica. Para mí, su grandeza era tal que no me habría sorprendido verla sentada en un trono. Ni siquiera se me pasaba por la cabeza pensar que las señoras y las damas de más categoría, entre las cuales yo la habría considerado reina, pudiesen darle de lado o despreciarla (…) Su brusca y seca severidad me tenían en un estado de perpetua sumisión y angustia. Pero lo raro es que este sentimiento no me resultaba odioso; todo lo contrario, anhelaba continuamente la compañía de mi tirana. La verdad es que, cuando el corazón me latía fuerte, no era solo por miedo; sentía un incurable deseo de conquistar su cariño, qué digo, incluso su admiración.”

(De Mentira y sortilegio, Lumen).
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La comedia química 
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Y así me vuelvo chica. Reconozco
la boca saliente y el color huraño
los ojos aun mojados de barro celeste
la imposibilidad de llorar
el tierno puño animal que no deja la presa
la alegría del pecho desnudo bajo el delantal de la escuela
el muslo incontaminado por el fuego de julio
el vientre incestuoso e infantil.
Para la ambigua visitación
el cuerpo de amor está listo.

 Y la oración de la espera será lavada
silabeada en las procesiones suburbanas.
La bárbara plaga virginal mezclará sus artífices
con las infecciones del barrio humillado
Lloraba siempre que dormía sola ...
Las mandolinas
serán masacradas en el grand-guignol trivial
de las revoluciones, las hierbas asesinas y el hambre,
cuando una medianoche, entre adorables blasfemias,
la estrella en forma de cometa se desprenderá
del carro de Bootes.

¡Oh adolescentes, bufones de Dios!
Incluso las galas piratescas de la prostitución
serán el domingo pueriles.

Versión de Gabriel Martino (tomada de su blog)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char