jueves, 3 de agosto de 2017

No “murmuran”, sino “cantan”

Juan Fernando García  

(Necochea,  Buenos Aires, Argentina, 1969)

¿Es una obviedad,
un lugar común pensar
una y otra vez que los árboles
“murmuran” un idioma trabado
por el viento?
Las casuarinas
inventan sobre el mediodía
un silbido de notas afinadas;
sobre la tarde austera de sol,
vuelve su augusta melodía,
y descubro que los árboles de esta vera
no “murmuran”, sino “cantan”.
**
Aires de La otra orilla
para Alicia Genovese


Como si pudiera
quedarme suspendido
¿pura perpetuación
de un instante tan fugaz?
–anécdota, a fin de cuentas,
de un transcurrir moroso
en esta
naturaleza galante del Delta

casa, jardín, cotorras
lluvia a raudales
y todo esplende
y brillo cegador

suspensión del viento
que mueve incansablemente
las hojas
infla un short, flamea
una toalla verde oscuro
tiemblan cuatro vasos de colores
sobre la baranda
de la galería.
**
Sobre el Carapachay

Celebra lo inasible,

esas briznas que dan
la luz en las almenas
de esta otra fortaleza.
Lo que supone un viento
del nordeste en su premura
la prematura idea de sosiego.
Así, como días de vacaciones
robados al trabajo, al yugo diario

entonces: huida al río, a las siestas
que van a dar al muelle
una estelar presencia
y la repetición de rituales
de persistencias

nada es igual
aunque parezca
en el giro de las estaciones
en la velocidad de la noche
que nos acompaña.
de Sobre el Carapachay, Leviatán, 2017.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char